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Juicio

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  • Juicio

    Pido disculpas de antemano, el relato que voy a publicar no está ubicado físicamente dentro del espacio-mundo creado por la gente de Ncsoft, pero de todas formas me pareció oportuno subirlo aquí, espero lo disfruten






    Recuerdo con exactitud cada detalle, cada palabra, cada imagen. Espero que mi testimonio se una a muchos otros que han presenciado la misma injuria e hipocresía que la Caza de Brujas trae a estas las tierras del Sacro Imperio Romano Germánico. No daré mi nombre, sino que hablaré de mi como un Viajero, pues en esencia, eso soy, y esa, es mi naturaleza

    Sucedió en el Ducado de Mecklemburgo, tierra conocida por su intensa caza de brujas. Por aquel entonces yo era un joven explorador y aventurero comerciante que quería conocer mundo. Venía de visitar al primo de mi padre, François Dominé, quien me había encomendado llevara el escudo de la familia a Schwerin. Así fue como llegué a un pequeño poblado a orillas del Recknitz. Parecía ser un pueblo tranquilo, con un pequeño muelle para las escasas embarcaciones que viajaban por aquella zona, una Iglesia y dos o tres comerciantes.
    Pero aquel día fue distinto. El pueblo entero se encontraba reunido en un galpón construido a la izquierda de la Iglesia. Ni un alma recorría las rústicas calles, ni una voz me acompañaba mientras ascendía lenta y curiosamente a lo alto de la colina, tratando de ver qué raro suceso se estaba llevando a cabo. Grande fue mi sorpresa cuando me encontré a varios los hombres y mujeres, grandes y niños de pie frente al aparente juicio de una joven mujer, y enseguida supe, por los gritos y los abucheos, una presunta bruja.
    La acusada vestía un vestido harapiento y estaba descalza. Su pelo, sucio y arremolinado, estaba muy maltratado, como si hubieran tirado de él. En su mejilla izquierda pude ver, una vez que logré acercarme, la marca de un golpe, y de los pies se desprendía un olor nauseabundo, jamás supe qué era. Estaba sujeta por dos hombres, con el rostro cubierto para que no se supiera su identidad. A la derecha de la mujer estaban de pie el sacerdote del pueblo y un hombre altivo, de mirada suspicaz, quien respondía bajo el nombre de Juez Real. Detrás de aquellos dos hombres esperaba un joven de buen aspecto, aunque su mirada era sombría.
    Tras unos minutos de griterío y desorden, el joven se adelantó y levantó las manos pidiendo silencio. La muchedumbre se sumió a un silencio sepulcral, y el hombre comenzó a hablar:
    -Ciudadanos del Recknitz, estamos aquí reunidos para celebrar el juicio público de Gretchen la Molinera, hereje, acusada de cometer brujería y realizar maldiciones al bienestar del Duque de Mecklemburgo
    La multitud estalló en aplausos y los insultos volvieron a empezar. Por segunda vez, el hombre levantó las manos, y por segunda vez, el silencio reinó en el Galpón. Me sorprendí de ver el rostro rígido de la acusada, pero luego comprendí que casi no podía hablar, tenía el cuello magullado y la mandíbula dislocada.
    -Ahora procederemos a realizar el interrogatorio –dijo el hombre, Henrici, de nombre, según oí decir a una comadrona que estaba parada a mi lado. Los verdugos, que tenían a Gretchen inmovilizada, la sentaron en una silla de madera rústicamente tallada. Henrici se volvió hacia la mujer y le preguntó-. ¿Es usted Gretchen, Molinera de profesión?
    La mujer asintió y, muy por lo bajo, susurró un “sí” casi inaudible.
    -¿Es usted casada?
    -No –repuso, otra vez por lo bajo.
    -¿Con quién vive usted?
    La mujer titubeó y luego dijo: -con mi madre y mi padre
    Henrici se volvió hacia el cura como pidiéndole su aprobación. Este asintió solemnemente y no emitió palabra alguna. Luego se paró en frente a la acusada y volvió a preguntar:
    -¿Es usted una bruja?
    Gretchen lo miró con los ojos bien abiertos, la vista casi penetrante, y respondió con sequedad:
    -No, no lo soy
    -¿Niega usted haber cometido actos de brujería?
    -Lo niego
    -¿Es usted miembro de la Synagoga Satanae?
    -Ni siquiera sé qué es eso –respondió Gretchen ahora sorprendida.
    El hombre le propinó un golpe en el rostro, mano abierta, molesto por su impertinencia. Nadia habló, nadie se atrevió.
    -¿No ha realizado pacto con el Diablo? ¿No ha hablado en contra del Señor, alabado sea? –realizó rápidamente la señal de la cruz, así como el resto de los presentes.
    -Jamás, yo no he hecho tal cosa y no creo en la brujería.
    Henrici sonrió burlón y volviéndose a la expectante audiencia dijo con voz potente, casi gritando: -Hairesis maxima est opera maleficarum non credere, que en latín quiere decir “la mayor herejía es no creer en la obra de las brujas”.
    Hubo un murmullo de rotunda aprobación y hasta exclamaciones aisladas de admiración por el hábil manejo de la lengua ancestral del joven interrogador. Luego Henrici se volvió hacia el Juez Real y este se adelantó hacia la multitud. Su porte era elegante, digno de un noble, aunque no era más que un colaborador de la Realeza.
    -Se solicita la presencia de Iacobus Sprenger ante el Juez, quien dará su testimonio en nombre de Dios y de su Enviado en el Vaticano.

  • #2
    Un cuchicheo insoportable se extendió por todo el lugar. Sorprendido por la seriedad de la actuación y la solemnidad, me di vuelta para ver como un hombre ya entrado en años se abría camino a codazos y empujones entre los campesinos. Su cara estaba decorada con varias arrugas y su mirada era fría y austera, casi amenazante.
    Henrici le hizo una seña al Juez y este volvió a su lugar. A continuación el tal Sprenger se adelantó y se sentó en el otro extremo, casi enfrentado a la bruja, pero de espaldas a ella. El sacerdote acercó una Biblia y la colocó delante del hombre, quien apoyó una mano sobre ella.
    –¿Jura decir la verdad ante Dios Padre y jura por su fidelidad al Rey de que no dará falso testimonio?
    –Si, juro –respondió simplemente, y el sacerdote volvió a su lugar. Henrici se acercó y observó a su testigo con mirada calculadora. Yo me encontraba anonadado, dividido entre la demencia de la gente y lo real que resultaba todo aquello. Me preguntaba que sentiría aquella mujer, las miradas clavadas en ella y en los otros dos hombres, el ambiente tenso que se respiraba. ¿Cómo podía Dios permitir algo así? Realmente no salía de mi asombro.
    –Escuché unos gritos –decía Sprenger mientras yo divagaba dentro de mi mente- provenían del Molino y como buen ciudadano del Rey sentí la obligación de acercarme a ver qué sucedía. ¡Imagínese lo sorprendido que estaba cuando vi salir a esa mujer –señaló a la acusada– volando por la ventana montada en una escoba!
    Henrici se volvió hacia la multitud, como si ya esa afirmación por sí sola fuera prueba de la culpabilidad de Gretchen. Pero el pueblo quería detalles, y él se los iba a dar muy a gusto.
    –Siga, mi buen hombre, continúe, ya nada puede hacerle –dijo, refiriéndose a la bruja. Sprenger sonrió amablemente y echándole una mirada a la mujer, en la que creí ver cierto aire de culpabilidad y perdón, continuó con su relato.
    –Se dirigió al bosque. Yo estaba paralizado por el terror, pero mi voluntad fue más fuerte, tal es mi Fe en Dios –más murmullos de aprobación– Salí disparado, dejando parte de mis utensilios en la entrada del Molino. A medida que corría por entre los árboles pude ver que algunos animales me seguían, gatos en su mayoría, y a lo lejos creí escuchar el aullido de un lobo.
    “‘Ten Fe Iacobus, la voluntad de Dios te acompaña’ me repetía constantemente. Al final me detuve, no muy cerca de donde me encontraba había un claro, y vislumbré varios figuras que se movían, en una especie de danza.
    Sprenger se detuvo, pero Henrici lo instó a seguir. El nombre del testigo, Iacobus Sprenger, me sonaba, estaba seguro de haberlo escuchado antes. Pero no tuve tiempo para hacer memoria, pues el hombre retomó la historia en el punto exacto en donde la había dejado.
    –Podía escuchar gritos, alaridos, que se confundían con aullidos. Traté de acercarme para ver mejor, no demasiado, pero lo suficiente como para tener una imagen clara de lo que sucedía. Como supuse, se trataba de una especie de ritual, y lo que vi en el centro... no creo poder describirlo
    -¡Ánimo Iacobus! –exclamó Henrici- estás haciendo un gran servicio al Señor. ¿Se trataba de un Sabbat, no es así? Dime, no, dinos, que había en el centro de aquel ritual.
    –Era... no era un hombre –murmuró Iacobus, haciendo memoria, y con algo de temor en los ojos- o sí, era medio hombre, medio animal, como... ¡un macho cabrío!
    –¡Satanás! –exclamó Henrici y todos los presentes realizaron la señal de la cruz, yo incluido- la imagen del mismísimo demonio, sin duda se trataba de una ceremonia de adoración. Esto es sin duda...
    –Pero eso no es todo –lo interrumpió Sprenger, ahora casi al borde de su silla, entre pequeños espasmos. Las manos le temblaban y cada tanto los ojos se le iban de un lado a otro- eso no es todo, no es lo peor. Esa criatura, el macho cabrío, comenzó a hablar. Era una especie de graznido, como si escupiera las palabras. Parecía dictar nombres, como si leyera una lista invisible, y luego...
    Iacobus guardó silencio, ya incapaz de seguir hablando. Henrici lo fulminó con la mirada y luego se volvió hacia el resto de la audiencia. Su mirada parecía echar chispas, como si entre sus ojos y los del pueblo hubiera una línea de fuego tan tensa que con solo soplar se la podría cortar.
    -Luego –dijo, lentamente, casi terminando el relato-. Luego una a una las mujeres se fueron acercando, para terminar el ritual. Es lo que se conoce como Osculum Infame, que en latín quiere decir “beso infame”. ¿Estoy en lo correcto, Sprenger?
    Iacobus asintió, tímidamente, y luego volvió la mirada a la pared, e incapaz de moverse o decir algo. Estaba paralizado por el miedo, pero si era por lo que había sucedido o por lo que iba a suceder, yo no puedo decirlo.
    Lo que sucedió a continuación, es lo que se imaginan que puede haber pasado. No entraré en detalles, no es mi deseo el enseñar las formas de torturar que tiene el ser humano. A la mujer, Gretchen, se la dio por culpable, culpándola de hechicería, de adoración al Diablo, de unirse de forma sexual a él y de realizar el Osculum Infame. No tuvo siquiera oportunidad de contradecir al testigo, pues tras aquella historia, la multitud enloqueció. La escupieron y golpearon, se calentó un hierro y se le quemaron las palmas de las manos y de los pies. Se la peló y se la hizo pasar por el judicium aquae, el baño de agua. Al instante se hundió, pero no lo dieron como válido, ya era imposible frenar a la gente. La tomaron de los pies y la arrastraron afuera del galpón. Alguien había encendido una hoguera en la plazoleta del pueblo. La quemaron viva, aunque ya no le quedaba fuerza de voluntad alguna. Antes de expirar pude ver como maldecía a la Iglesia y a Dios padre todopoderoso. Blasfema y hereje, justo lo que buscaban.
    Ahora pensarán que en verdad era una bruja, y que en verdad era culpable de todos los delitos y actos de que se la acusaba. Pero se equivocan, porque no hace poco vino un hombre a visitarme, alguien a quien no había visto hace mucho tiempo. Yo me encontraba en la casa de mi primo François, y fue él quien apareció en mi estudio seguido de un burgués entrado en años.
    –Este hombre te necesita –me dijo mi tío segundo, y salió del lugar. Yo lo observé, la misma mirada, la misma postura, y esa sonrisa hipócrita y a la vez culpable.
    –¿Iacobus Sprenger? –pregunté, casi adivinando la respuesta. El sonrió y asintió-. Tome asiento, ya sé a qué ha venido.
    –¿Ya lo sabe? –preguntó, sorprendido.
    –Hace tiempo que lo espero –respondí, y acto seguido encendí mi pipa, cerrando mi volumen del Malleus Maleficarum


    FIN

    //NOTA tuve que dividirlo en dos mensajes, tratad de leerlo de corrido

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    • #3
      Clap Clap, muy pero muy bueno.

      Hacía mucho que no entraba por acá... me gustaría seguir leyendo esta clase de producciones.
      Writing without Internet

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      • #4
        Somos dos los que hace mucho no entramos por acá mi hermano querido

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