Eran las once de la mañana y todavía mi conexión con el mundo no había iniciado sesión. En mi trabajo nos quedamos sin internet, y como es usual en todos los servicios que ofrece Telecom, jamás tienen una respuesta o una solución a tu problema mas que ponerte la putisíma cinta de su propaganda mientras esperas 20 minutos en el teléfono.
Tenía que mandar un presupuesto a un cliente para intentar confirmar una venta, y no tuve más remedio que ir al cyber más cercano.
El cyber apestaba a Glade vaya a saber uno de que, y como si eso solo no alcanzase para despertar mi mal humor, la música de hip hop sonaba a todo trapo.
Dos mogólicos estaban interactuando: el que estaba grabado en el CD, que escuchaba embelesado su monstruosa melodía y el de atrás del mostrador, que repetía el estribillo “esta es mi cultura, esta es mi cultura, cultura de las calles” como un indio previo a la guerra.
La acidez estomacal me estaba carcomiendo los órganos, mientras que el mogolito número dos, en vez de atenderme, no paraba de disparar en el juego que compartía en red con nenes de 11 años y otros ejemplares que describiré más abajo.
Eventualmente notó mi presencia y me dio una computadora en la que me senté a trabajar, y luego de hacer mi esfuerzo máximo por concentrarme me di cuenta de que no me dejarían. Desde mi silla miraba a todos de reojo esperando cruzarme con alguna mirada con mala onda, algo que pudiese permitirme descargar toda mi violencia contra el primero que se ofreciese, pero que me diese motivos y justificaciones válidas para cuando llegase la policía. Lo segundo que pensé fue; la puta madre, Katza tenía razón.
Dentro de la contemplada panorámica que pude hacer del cyber encontré gente de lo peor, varias figuritas repetidas, pero en síntesis un mundo nuevo y desconocido para detallar.
Los 10 Personajes del cyber:
El Pornográfico: Al principio pensé que estaba delirando, pero después lo confirmé. Hay personas que van al cyber y sin ningún tipo de pudor o de intento de demostrar respeto por sí mismos se ponen a divisar videos porno frente a un mar de personas desconocidas. No digo que esté mal, simplemente pienso que no podes llegar jamás a un nivel de calentura como para hacer eso sin antes haberte muerto de algo.
El del Counter Strike: A este si que le aplico una cantidad de ganchos al hígado hasta que pierda el conocimiento. Desde que entras hasta que salís se la pasa gritando: “sos un camper”, “camper”, “mira el arma que me compre”, “camper”. Forro, deja de gritar eso que te voy a desnucar, como podes aguantar a tu mismísima persona sin suicidarte. Generalmente están ciegos, con los ojos rojos como una media res de las largas horas que su mama le ruega que pase en el cyber para no verlo y darse cuenta de su error.
El Ejecutivo: Este mogolito llega vestido de traje y con mirada soberbia, pretendiendo hacernos creer a todos que es un magnate, y que entró al cyber por que la notebook de su porsche es tan pero tan buena que no es compatible con el mundo humano. Por favor, si todos sabemos que entras contando chirolas a ver cuanto tiempo podes pasarte en Garbarino haciéndote la paja mental con la televisión LCD que jamás vas a poder comprar.
El estudiante: Este espécimen es un clásico en las inmediaciones de cualquier facultad pública: llega con el morral atiborrado de apuntes y está tan acostumbrado al locutorio que se comporta como si se tratase de su propio hogar. Despliega cuadernos, papeles y libros y es capaz de pasarse horas instalado en ese antro infesto, en el que desperdicia la mayor parte de su magra mensualidad en impresiones blanco y negro de baja calidad.
El que tiene parientes afuera: Esta persona desconoce tanto el significado de la palabra vergüenza como el pornográfico. Con un descaro absoluto pide una máquina con camarita y auriculares y skype mediante se dedica a hablar a los gritos con su hermano, amigo, sobrino o quién ****** sea que esté lejos, haciendo caso omiso de las caras de molestia del resto de los usuarios del local, que fantasean con hacerle tragar 150 tarjetas de llamadas de larga distancia con un embudo de plástico.
El turista rasca: Desde que argentina se puso de moda entre los mochileros, los cybers vieron crecer sus ingresos a costa de los turistas provenientes de otros países tan tercermundistas como este. El mochilero europeo o yanqui porta su laptop y se instala en cualquier bar a disfrutar del Wi-Fi, mientras que el rasca recurre al locutorio en busca de soluciones a todos y cada uno de sus problemas. La mayoría de las veces carga con una mochila de 150 kilos con la que obstruye el paso de todo el mundo, anota teléfonos de hostels en su sucio cuaderno de viaje mientras come un “sanguche” inmundo que deja el teclado lleno de migas y aprovecha para usar el baño del lugar.
El viejo renegado: Odia las computadoras más que nada en el mundo y se empeña en culpar a la tecnología por su incapacidad de adaptarse a los nuevos medios, por más que estos estén preparados para que los maneje con destreza un niño de 3 años. En contra de su voluntad, el viejo recurre al cyber para abrir la casilla que su hijo le abrió de prepo, y a la que insiste en mandarle fotos de su veraneo en San Clemente del Tuyú. Por supuesto que no sabe abrir una página, se olvidó la contraseña y todavía no aprendió a manejar un mouse, por lo que reclama enojado la asistencia de quienquiera que esté sentado a su lado, quien además tendrá que tolerar el discurso de “en mis tiempos…”
La vieja de los mails en cadena: Cuando una persona normal encuentra en su mailbox una de esa cadenas de mails que contienen presentaciones en PowerPoint con títulos tales como “la vida vale la pena” o “no estás solo, Jesús te ama”, suele tener 2 reacciones inmediatas: 1. bloquear al emisor de dicho mensaje y 2. preguntarse quién ****** es el oligofrénico que da comienzo a la plaga. Hela aquí, a la vieja en persona: cincuentona malteñida que aprovecha los ratos libres en la mercería que atiende para acudir al cyber a diseminar su semilla infesta, en forma de girasoles con cara de bebés, cachorros en macetas y parejas abrazadas en imposibles atardeceres anaranjados.
El obsesivo-compulsivo: Típico habitué del cyber, el ser humano que sufre esta condición es capaz de asistir al mentado local dos a tres veces en un mismo día. Chequea mails frenéticamente, chatea como un adolescente en celo y es asiduo visitante de blogs de variada especie, en los que aprovecha para comentar cuanta boludez se le pase por la cabeza, aclarando en todos los casos que se encuentra en un locutorio y poniendo así en evidencia su enferma obsesión.
El que atiende: Si en el país de los ciegos el tuerto es rey, este mogólico es, sin lugar a dudas, el emperador de la región. El pibe que trabaja en un locutorio encarna todos los males de la sociedad en una sola persona, y actúa con la impunidad de quien sabe que tiene el control de las cosas: tortura a los usuarios con música horrible, se encara a cuanta fémina cruce la puerta, abusa del Messenger y recibe constantemente las visitas de las lacras inoperantes que tiene de amigos, que no tienen nada mejor que hacer con sus vidas que “hacerle el aguante” a este infradotado.
Tenía que mandar un presupuesto a un cliente para intentar confirmar una venta, y no tuve más remedio que ir al cyber más cercano.
El cyber apestaba a Glade vaya a saber uno de que, y como si eso solo no alcanzase para despertar mi mal humor, la música de hip hop sonaba a todo trapo.
Dos mogólicos estaban interactuando: el que estaba grabado en el CD, que escuchaba embelesado su monstruosa melodía y el de atrás del mostrador, que repetía el estribillo “esta es mi cultura, esta es mi cultura, cultura de las calles” como un indio previo a la guerra.
La acidez estomacal me estaba carcomiendo los órganos, mientras que el mogolito número dos, en vez de atenderme, no paraba de disparar en el juego que compartía en red con nenes de 11 años y otros ejemplares que describiré más abajo.
Eventualmente notó mi presencia y me dio una computadora en la que me senté a trabajar, y luego de hacer mi esfuerzo máximo por concentrarme me di cuenta de que no me dejarían. Desde mi silla miraba a todos de reojo esperando cruzarme con alguna mirada con mala onda, algo que pudiese permitirme descargar toda mi violencia contra el primero que se ofreciese, pero que me diese motivos y justificaciones válidas para cuando llegase la policía. Lo segundo que pensé fue; la puta madre, Katza tenía razón.
Dentro de la contemplada panorámica que pude hacer del cyber encontré gente de lo peor, varias figuritas repetidas, pero en síntesis un mundo nuevo y desconocido para detallar.
Los 10 Personajes del cyber:
El Pornográfico: Al principio pensé que estaba delirando, pero después lo confirmé. Hay personas que van al cyber y sin ningún tipo de pudor o de intento de demostrar respeto por sí mismos se ponen a divisar videos porno frente a un mar de personas desconocidas. No digo que esté mal, simplemente pienso que no podes llegar jamás a un nivel de calentura como para hacer eso sin antes haberte muerto de algo.
El del Counter Strike: A este si que le aplico una cantidad de ganchos al hígado hasta que pierda el conocimiento. Desde que entras hasta que salís se la pasa gritando: “sos un camper”, “camper”, “mira el arma que me compre”, “camper”. Forro, deja de gritar eso que te voy a desnucar, como podes aguantar a tu mismísima persona sin suicidarte. Generalmente están ciegos, con los ojos rojos como una media res de las largas horas que su mama le ruega que pase en el cyber para no verlo y darse cuenta de su error.
El Ejecutivo: Este mogolito llega vestido de traje y con mirada soberbia, pretendiendo hacernos creer a todos que es un magnate, y que entró al cyber por que la notebook de su porsche es tan pero tan buena que no es compatible con el mundo humano. Por favor, si todos sabemos que entras contando chirolas a ver cuanto tiempo podes pasarte en Garbarino haciéndote la paja mental con la televisión LCD que jamás vas a poder comprar.
El estudiante: Este espécimen es un clásico en las inmediaciones de cualquier facultad pública: llega con el morral atiborrado de apuntes y está tan acostumbrado al locutorio que se comporta como si se tratase de su propio hogar. Despliega cuadernos, papeles y libros y es capaz de pasarse horas instalado en ese antro infesto, en el que desperdicia la mayor parte de su magra mensualidad en impresiones blanco y negro de baja calidad.
El que tiene parientes afuera: Esta persona desconoce tanto el significado de la palabra vergüenza como el pornográfico. Con un descaro absoluto pide una máquina con camarita y auriculares y skype mediante se dedica a hablar a los gritos con su hermano, amigo, sobrino o quién ****** sea que esté lejos, haciendo caso omiso de las caras de molestia del resto de los usuarios del local, que fantasean con hacerle tragar 150 tarjetas de llamadas de larga distancia con un embudo de plástico.
El turista rasca: Desde que argentina se puso de moda entre los mochileros, los cybers vieron crecer sus ingresos a costa de los turistas provenientes de otros países tan tercermundistas como este. El mochilero europeo o yanqui porta su laptop y se instala en cualquier bar a disfrutar del Wi-Fi, mientras que el rasca recurre al locutorio en busca de soluciones a todos y cada uno de sus problemas. La mayoría de las veces carga con una mochila de 150 kilos con la que obstruye el paso de todo el mundo, anota teléfonos de hostels en su sucio cuaderno de viaje mientras come un “sanguche” inmundo que deja el teclado lleno de migas y aprovecha para usar el baño del lugar.
El viejo renegado: Odia las computadoras más que nada en el mundo y se empeña en culpar a la tecnología por su incapacidad de adaptarse a los nuevos medios, por más que estos estén preparados para que los maneje con destreza un niño de 3 años. En contra de su voluntad, el viejo recurre al cyber para abrir la casilla que su hijo le abrió de prepo, y a la que insiste en mandarle fotos de su veraneo en San Clemente del Tuyú. Por supuesto que no sabe abrir una página, se olvidó la contraseña y todavía no aprendió a manejar un mouse, por lo que reclama enojado la asistencia de quienquiera que esté sentado a su lado, quien además tendrá que tolerar el discurso de “en mis tiempos…”
La vieja de los mails en cadena: Cuando una persona normal encuentra en su mailbox una de esa cadenas de mails que contienen presentaciones en PowerPoint con títulos tales como “la vida vale la pena” o “no estás solo, Jesús te ama”, suele tener 2 reacciones inmediatas: 1. bloquear al emisor de dicho mensaje y 2. preguntarse quién ****** es el oligofrénico que da comienzo a la plaga. Hela aquí, a la vieja en persona: cincuentona malteñida que aprovecha los ratos libres en la mercería que atiende para acudir al cyber a diseminar su semilla infesta, en forma de girasoles con cara de bebés, cachorros en macetas y parejas abrazadas en imposibles atardeceres anaranjados.
El obsesivo-compulsivo: Típico habitué del cyber, el ser humano que sufre esta condición es capaz de asistir al mentado local dos a tres veces en un mismo día. Chequea mails frenéticamente, chatea como un adolescente en celo y es asiduo visitante de blogs de variada especie, en los que aprovecha para comentar cuanta boludez se le pase por la cabeza, aclarando en todos los casos que se encuentra en un locutorio y poniendo así en evidencia su enferma obsesión.
El que atiende: Si en el país de los ciegos el tuerto es rey, este mogólico es, sin lugar a dudas, el emperador de la región. El pibe que trabaja en un locutorio encarna todos los males de la sociedad en una sola persona, y actúa con la impunidad de quien sabe que tiene el control de las cosas: tortura a los usuarios con música horrible, se encara a cuanta fémina cruce la puerta, abusa del Messenger y recibe constantemente las visitas de las lacras inoperantes que tiene de amigos, que no tienen nada mejor que hacer con sus vidas que “hacerle el aguante” a este infradotado.






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