//Bueno, hablé con el dueño de la historia y me dijo que podía postearla aquí sin ningun problema, así que aquí va^^//
He recorrido muchos caminos. He vivido incontables aventuras... y hasta he sufrido innumerables pérdidas. Pero éste es el camino que elegí. No puedo voltear el rostro. Es por eso, que en estos tiempos de paz, puedo ponerme a recordar semejantes hechos que surgieron en el transcurso de mi vida y, tal vez, pueda encontrar alguna explicación a algunos de estos.
Nací hace ya tanto tiempo que no recuerdo bien cual es la fecha exacta. De mis padres, poco recuerdo, al igual que de las tierras en donde me críe. Partí muy joven en busca de conocimientos... y ahí es donde la historia comienza.
Partí siendo muy joven, un día de primavera, algo nublado, pero con la esperanza de encontrar mejor suerte.
De todas maneras ya no tenía nada a lo que aferrarme. Mis padres habían muerto de una enfermedad desconocida y la gente de la aldea se alejaba de mí.
Comencé mi viaje. No sabía para donde ir así que me dirigí hacia donde muere el sol en primavera. Pasaron los meses y lo único que había aprendido había sido a no morir de hambre.
Hecho que al parecer no había aprendido bien del todo, ya que, al sexto mes, me encontraba medio moribundo en un bosque.
Fue en uno de mis más desvariados entresueños que la figura de un hombre se me acercó.
-Tendría algo de comer... por favor... – le dije.
Solo me miraba.
-Hace días que no pruebo bocado alguno, señor… necesito....
Me desvanecí.
Al despertarme, me encontraba en una habitación de lo mas extraña. El hombre, al costado mío, estaba cerca de la chimenea. Trate de incorporarme. No pude.
-Necesitas descansar muchacho... todavía estas muy débil... ten – acercándome un pote con un liquido -bebe esto. – dijo con voz tranquila.
Mire aquel pote notando como del liquido emana un fuerte olor. No me importó y bebí. Bebí como si fuese el jugo más rico que hubiese probado. Aquella bebida, no tenía sabor a nada y sin embargo, fue más gratificante y fortalecedor de lo que jamás había probado en toda mi vida.
-Gracias buen hombre... – le dije mientras recuperaba mis fuerzas.
Ahora veía bien al hombre... era un anciano, con el pelo blanco, con barba que le llegaba hasta el pecho y una mirada bondadosa, que sin embargo, reflejaba autoridad.
-Has estado durmiendo durante una semana.... te he estado alimentando entre sueños. – me decía el anciano.
-Gracias! Le debo mi vida... haré lo que sea para recompensarlo.
El anciano me sonrió... como un abuelo sonríe a su nieto. Una mirada llena de calor, de sinceridad.
-Me vendría bien una mano con mis cosas.... no he podido engañar al tiempo y mis huesos ya no son tan resistentes...
Me quedé pensando.
-Lo haré. Lo ayudare hasta en el más mínimo quehacer!
-Bien muchacho!. – respiró hondo y se reflejo en su mirada cierta felicidad - ahora dime... cual es tu nombre?
-Melrond, señor
-Bien. Me llaman Lozandur. – dijo sonriendo.
Se quedó un rato en silencio. Mis piernas ya funcionaban bien. Me incorporé y me le acerqué.
Él se levantó y para mi sorpresa, me sobrepasaba por más de dos cabezas!
Al cabo de un rato apoyó su mano en mi hombro y me dijo algo que hasta el día de hoy no me olvidaré:
-Bienvenido a mi cabaña muchacho... hoy es el primer día del resto de tu vida.
Preámbulo
He recorrido muchos caminos. He vivido incontables aventuras... y hasta he sufrido innumerables pérdidas. Pero éste es el camino que elegí. No puedo voltear el rostro. Es por eso, que en estos tiempos de paz, puedo ponerme a recordar semejantes hechos que surgieron en el transcurso de mi vida y, tal vez, pueda encontrar alguna explicación a algunos de estos.
Nací hace ya tanto tiempo que no recuerdo bien cual es la fecha exacta. De mis padres, poco recuerdo, al igual que de las tierras en donde me críe. Partí muy joven en busca de conocimientos... y ahí es donde la historia comienza.
Partí siendo muy joven, un día de primavera, algo nublado, pero con la esperanza de encontrar mejor suerte.
De todas maneras ya no tenía nada a lo que aferrarme. Mis padres habían muerto de una enfermedad desconocida y la gente de la aldea se alejaba de mí.
Comencé mi viaje. No sabía para donde ir así que me dirigí hacia donde muere el sol en primavera. Pasaron los meses y lo único que había aprendido había sido a no morir de hambre.
Hecho que al parecer no había aprendido bien del todo, ya que, al sexto mes, me encontraba medio moribundo en un bosque.
Fue en uno de mis más desvariados entresueños que la figura de un hombre se me acercó.
-Tendría algo de comer... por favor... – le dije.
Solo me miraba.
-Hace días que no pruebo bocado alguno, señor… necesito....
Me desvanecí.
Al despertarme, me encontraba en una habitación de lo mas extraña. El hombre, al costado mío, estaba cerca de la chimenea. Trate de incorporarme. No pude.
-Necesitas descansar muchacho... todavía estas muy débil... ten – acercándome un pote con un liquido -bebe esto. – dijo con voz tranquila.
Mire aquel pote notando como del liquido emana un fuerte olor. No me importó y bebí. Bebí como si fuese el jugo más rico que hubiese probado. Aquella bebida, no tenía sabor a nada y sin embargo, fue más gratificante y fortalecedor de lo que jamás había probado en toda mi vida.
-Gracias buen hombre... – le dije mientras recuperaba mis fuerzas.
Ahora veía bien al hombre... era un anciano, con el pelo blanco, con barba que le llegaba hasta el pecho y una mirada bondadosa, que sin embargo, reflejaba autoridad.
-Has estado durmiendo durante una semana.... te he estado alimentando entre sueños. – me decía el anciano.
-Gracias! Le debo mi vida... haré lo que sea para recompensarlo.
El anciano me sonrió... como un abuelo sonríe a su nieto. Una mirada llena de calor, de sinceridad.
-Me vendría bien una mano con mis cosas.... no he podido engañar al tiempo y mis huesos ya no son tan resistentes...
Me quedé pensando.
-Lo haré. Lo ayudare hasta en el más mínimo quehacer!
-Bien muchacho!. – respiró hondo y se reflejo en su mirada cierta felicidad - ahora dime... cual es tu nombre?
-Melrond, señor
-Bien. Me llaman Lozandur. – dijo sonriendo.
Se quedó un rato en silencio. Mis piernas ya funcionaban bien. Me incorporé y me le acerqué.
Él se levantó y para mi sorpresa, me sobrepasaba por más de dos cabezas!
Al cabo de un rato apoyó su mano en mi hombro y me dijo algo que hasta el día de hoy no me olvidaré:
-Bienvenido a mi cabaña muchacho... hoy es el primer día del resto de tu vida.
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