Hagamos de cuenta que...
Hagamos de cuenta que estamos en esas calles serpenteantes de resplandores acuosos, con jardines asolados por el repiqueteo de la lluvia. La lluvia, ese mareo musical. La lluvia, esas ondulantes agujas que se deshacen apenas te sienten. Hagamos de cuenta que estamos en la ciudad porque ella estaba en la ciudad.
Quizás sea tonto, pensó ella, pero el ruido de la lluvia dura como un recuerdo y trasciende aunque digamos las cosas más estúpidas y nos haga mucho frío. A ella le hacía mucho frío. Ella decía las cosas más estúpidas. –Por esas botas no pago más de treinta mil monedas-, decía al barbudo mientras evitaba refregarse los brazos.
¿Cuándo había comenzado esto? ¿Era cierto que había terminado? ¿Acaso estaba olvidando?. –Deje nomás, no quiero nada-. Y caminó lentamente, ¿la imaginás?, caminó lentamente, arrastrando los pies en el barro, entre la gente y los bullicios y la lluvia cayendo sobre ella. Lentamente. Mirala, es una niña. ¿La ves?, es una niña pero una culpa ancestral le impacienta el paso. Acelera su ritmo, se refriega las manos e intenta limpiarlas con la lluvia, respira agitada, ahora corre, mirala, está corriendo hacia fuera de la ciudad. No puede respirar, se saca el collar (ella odia los collares), se saca los anillos, los aros (ella los odia, ¿se nota?). Lanza un alarido a un ritmo animal muy dulce y se queda parada, en el camino de tierra que es barro.
Mirá como camina ahora, lentamente camina. Rodea el lugar con una mirada difícil, casi raspando el pasto y el cielo. Se detiene ¿porqué se detiene? ¿qué tiene ese lugar?. Ella sabe qué es lo que tiene ese lugar y yo también. Hace años (incontables) en este camino de tierra él la esperaba. Cataqclismo la esperaba sin saber que era ella y ella corrió a él como una tonta planta penetra sus raíces en la tierra que la alimenta.
Ellos no lo sabían aunque ella lo sepa hoy: estarían en los comienzos como también estarían en los finales.
¿Sabés? Pensó ella. Voy a empezar de nuevo, qué sé yo, empezar… voy a aprender más cosas de las que me has enseñado y voy a ser mejor de lo que jamás me imaginaste. Ella pensaba. ¿Sabés qué?, voy a vivir porque así debe ser aunque vos no lo elijas, me voy a casar de blanco y voy a salir a caminar con la música que vos no vas a escuchar y me voy a olvidar que moriste, que te asesiné, que te asesinaste, que te ayudé a hacerlo, que fue todo muy rápido y que todavía no lo creo. Vas a ver qué maravilla, piensa. Te vas a borrar para siempre, se va a borrar esa música que dice que sonás como una canción y se va a borrar tu mano sin ninguna razón acariciando la mía. ¿Y sabés una cosa?, pensaba ella, voy a creer en todo eso que querés que crea. Voy a creer en tus dioses ¿no te parece increíble?, no voy a creer en esos viejos que les gusta dividirnos en buenos y malos ni voy a creer en esos que te dicen que tenés que morir o que tenés que ir o que tenés que volver y que son tan sacados que si les decís que no te queman eternamente en fuego. No. Yo voy a creer en uno que hable lo que yo hable, como un compañero cuando vas a cortar manzanas, qué sé yo, ¿entendés?. A tus dioses los inventaron los cagones, ¿entendés Cata?. No sirvo ni para la guerra ni para la paz Cata, vos tampoco servías pero te cansaste. Pensaba. Ahora mirala como se arrodilla en la tierra mojada y la huele, como queriendo buscar ese perfume antiguo suyo a hierbas y sangre. –Histérico- le dijo ella.
-Si, histérico, terminá de irte o volvé-, mirala pisar la tierra violentamente. –Obligarnos a verte entrar ahí, a irnos sino moríamos también-. Mirá como no pestañea para que esa lágrima no caiga, mirá como pestañea igual porque la cara está empapada de lluvia y ya no importa si llora.
Ese mareo musical.
Ese ruido.
Ese alejarse de ella aunque toda ella le dice que no, que vuelva, que suba de nuevo, que lo busque entre los húmedos pasillos, que busque la llave, abra la cerradura y lo odie muerto y lo odie vivo o lo ame vivo aunque sepa que solo puede hacerlo mientras esté muerto.
Mirala, se aleja de Dion.
Gracias Nico por la magia
Gracias Daniel Moyano el monólogo de Sandra
Hagamos de cuenta que estamos en esas calles serpenteantes de resplandores acuosos, con jardines asolados por el repiqueteo de la lluvia. La lluvia, ese mareo musical. La lluvia, esas ondulantes agujas que se deshacen apenas te sienten. Hagamos de cuenta que estamos en la ciudad porque ella estaba en la ciudad.
Quizás sea tonto, pensó ella, pero el ruido de la lluvia dura como un recuerdo y trasciende aunque digamos las cosas más estúpidas y nos haga mucho frío. A ella le hacía mucho frío. Ella decía las cosas más estúpidas. –Por esas botas no pago más de treinta mil monedas-, decía al barbudo mientras evitaba refregarse los brazos.
¿Cuándo había comenzado esto? ¿Era cierto que había terminado? ¿Acaso estaba olvidando?. –Deje nomás, no quiero nada-. Y caminó lentamente, ¿la imaginás?, caminó lentamente, arrastrando los pies en el barro, entre la gente y los bullicios y la lluvia cayendo sobre ella. Lentamente. Mirala, es una niña. ¿La ves?, es una niña pero una culpa ancestral le impacienta el paso. Acelera su ritmo, se refriega las manos e intenta limpiarlas con la lluvia, respira agitada, ahora corre, mirala, está corriendo hacia fuera de la ciudad. No puede respirar, se saca el collar (ella odia los collares), se saca los anillos, los aros (ella los odia, ¿se nota?). Lanza un alarido a un ritmo animal muy dulce y se queda parada, en el camino de tierra que es barro.
Mirá como camina ahora, lentamente camina. Rodea el lugar con una mirada difícil, casi raspando el pasto y el cielo. Se detiene ¿porqué se detiene? ¿qué tiene ese lugar?. Ella sabe qué es lo que tiene ese lugar y yo también. Hace años (incontables) en este camino de tierra él la esperaba. Cataqclismo la esperaba sin saber que era ella y ella corrió a él como una tonta planta penetra sus raíces en la tierra que la alimenta.
Ellos no lo sabían aunque ella lo sepa hoy: estarían en los comienzos como también estarían en los finales.
¿Sabés? Pensó ella. Voy a empezar de nuevo, qué sé yo, empezar… voy a aprender más cosas de las que me has enseñado y voy a ser mejor de lo que jamás me imaginaste. Ella pensaba. ¿Sabés qué?, voy a vivir porque así debe ser aunque vos no lo elijas, me voy a casar de blanco y voy a salir a caminar con la música que vos no vas a escuchar y me voy a olvidar que moriste, que te asesiné, que te asesinaste, que te ayudé a hacerlo, que fue todo muy rápido y que todavía no lo creo. Vas a ver qué maravilla, piensa. Te vas a borrar para siempre, se va a borrar esa música que dice que sonás como una canción y se va a borrar tu mano sin ninguna razón acariciando la mía. ¿Y sabés una cosa?, pensaba ella, voy a creer en todo eso que querés que crea. Voy a creer en tus dioses ¿no te parece increíble?, no voy a creer en esos viejos que les gusta dividirnos en buenos y malos ni voy a creer en esos que te dicen que tenés que morir o que tenés que ir o que tenés que volver y que son tan sacados que si les decís que no te queman eternamente en fuego. No. Yo voy a creer en uno que hable lo que yo hable, como un compañero cuando vas a cortar manzanas, qué sé yo, ¿entendés?. A tus dioses los inventaron los cagones, ¿entendés Cata?. No sirvo ni para la guerra ni para la paz Cata, vos tampoco servías pero te cansaste. Pensaba. Ahora mirala como se arrodilla en la tierra mojada y la huele, como queriendo buscar ese perfume antiguo suyo a hierbas y sangre. –Histérico- le dijo ella.
-Si, histérico, terminá de irte o volvé-, mirala pisar la tierra violentamente. –Obligarnos a verte entrar ahí, a irnos sino moríamos también-. Mirá como no pestañea para que esa lágrima no caiga, mirá como pestañea igual porque la cara está empapada de lluvia y ya no importa si llora.
Ese mareo musical.
Ese ruido.
Ese alejarse de ella aunque toda ella le dice que no, que vuelva, que suba de nuevo, que lo busque entre los húmedos pasillos, que busque la llave, abra la cerradura y lo odie muerto y lo odie vivo o lo ame vivo aunque sepa que solo puede hacerlo mientras esté muerto.
Mirala, se aleja de Dion.
Gracias Nico por la magia
Gracias Daniel Moyano el monólogo de Sandra
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