Para Czi.
Y para quien sea que le haga sentir algo.
El viento golpeaba fuerte en la cara al mirar hacia el norte. El sol lo acompañaba. Una hermosa mañana de primavera que prometía un buen día. El césped mojado por el rocío se sentía blando al caminar. Un poco a la izquierda estaban los pinos. Pinos muy altos, protegiendo un jardín del eventual polvo que golpearía del norte. Más allá de los pinos las montañas con un poco de nieve en la cima revelaban el frío que podía sentirse a esas alturas. Muy pronto podría comprobarlo. Me dirigí hacia ella. Ella. Un ave del mejor acero, blanca con algunos trazos azules. Un rayo que cegaba. El bruñido metal brillaba aquí y allá, donde el sol reflejaba su alegría de mañana. Me acerqué lentamente, rodeándola por el frente. Las grandes palas de la hélice, de más de dos metros de diámetro, aun mostraban el rastro de algún insecto. Tomando una de las palas con las manos, giré lentamente la hélice hacia un lado; estaba firme, como debía ser. Comprobé el cierre del carenado del motor; ya había tenido una experiencia poco amena, al soltarse éste en pleno vuelo. Una boca negra bajo la nariz, a un lado, revelaba el lugar por donde exhalaban los pulmones de la bestia. En rededor de esta salida la pintura se encontraba bastante ennegrecida. Debería lijarla y aplicar unas nuevas capas. Continué girando, admirando toda la belleza artificial. Agachándome, trate de quitar el taco de madera que servía de rudimentario freno de pista; no contaba con todo lo necesario, por lo que debía improvisar algunas cosas. Tuve que hacer bastante fuerza para quitarlo. Por alguna razón se había trabado contra la rueda delantera. Finalmente lo liberé y, caminando unos metros, lo coloqué lejos. Volví nuevamente hacia mi máquina. Agachando la cabeza, recorrí la parte inferior del ala. Realicé una inspección visual y táctil del tubo pitot y del sistema de iluminación. La luz de navegación izquierda tenía la tapa un poco floja. Fui hacia la cabina, y girando la perilla, abrí la puerta. Todo estaba como debía estar; en su sitio. Destrabando y deslizando el asiento hacia delante, saqué de la parte trasera la caja de herramientas. Elegí un destornillador adecuado y ajusté con él la tapa de la luz del ala. Se me cruzó por la cabeza cómo podría hacer para remachar acrílico. Terminé y coloqué todo nuevamente en su sitio. Seguí mi recorrida hacia la parte trasera, deslizando mi mano por el fuselaje. Las letras corrieron bajo mis dedos, un estarcido negro sobre fondo blanco reglamentario: Ele Ve Dos Uno Cinco. Completé la vuelta y todo estaba en orden. Me dirigí nuevamente a la cabina. Al lado de la portilla, una calcomanía rezaba: Cessna. Abrí y me senté en mi asiento. Hoy los otros tres estarían libres.
Coloqué la llave en el arranque, y agudizando el oído, giré lentamente mi mano. Clic. Luces del tablero encendidas. Clic. Un ruido estático. Las agujas e indicadores cobraron vida por todo el tablero. Instrumentos funcionando. Mi vista recorrió con una barrida todo rápidamente. Control de rutina. Clic. Un chasquido. Un ruido ahogado. La hélice dio unos tumbos, girando torpemente. Tras unas vueltas comenzó a girar más aprisa. El motor rugió y la hélice giró velozmente. De todos modos no alcanzaría su régimen de trabajo hasta pasados unos minutos. Nuevamente comprobé los instrumentos. Revoluciones normales. Temperatura algo baja, pero aumentando. Presión de aceite normal, flujo normal, tanques de combustible en estado normal, presión de los neumáticos normal, variómetro funcional, pitot funcional, altímetro funcional, horizonte artificial funcional, giróscopo funcional, brújula funcional, ADF funcional, VOR funcional, GPS funcional, VHF y UHF funcionales. Todo estaba correcto. Disminuí las revoluciones del motor. Luego las aumenté poco a poco, hasta alcanzar nuevamente el régimen de trabajo. Disminuí levemente el paso de la hélice: el rugido del motor aumentó y las revoluciones aumentaron en proporción. Mas leve el paso; las revoluciones alcanzaron su máximo. Podía sentir el tirón que el motor ejercía sobre las ruedas, firmemente ancladas por los frenos. Disminuí las revoluciones y el motor se tranquilizó, alcanzando nuevamente un régimen estándar.
Miré hacia la garita. Pude ver una silueta contra la ventana. Colocándome los auriculares y gesticulando con la mano, dije -Lindo día para despegar un poco los pies.- Una voz femenina me contestó riendo. -Si, ya te estaba haciendo falta, tus cejas estaban cansadas de estar fruncidas.- Rió. Yo reí también. Ella era muy buena amiga. Me había enseñado a pilotear y además, a volar. Una cosa es pilotear. Y otra es volar. Para volar se necesita felicidad y un alma libre. Además se puede volar también en sueños. Lentamente disminuí la velocidad del motor y bajé de la avioneta. El viento ahora era más fuerte; un viento artificial provocado por la tecnología. El pelo se me revoloteaba. Caminé hacia el galpón y la garita. Entré y tomé la campera que me era ofrecida. -Gracias.- dije. -Tomá- contestó. Me extendió un mate. Tomé un sorbo. Agarré una botella de jugo, me puse la campera y salí, dirigiéndome al galpón. Allí tomé un trapo -no se donde dejé el otro- y fui hacia la máquina.
Nuevamente tenía vida. Me subí y me senté cómodamente. La temperatura ya estaba estable. Abrí la ventilación del motor. Me abroché el cinturón y me persigné frente al rosario que colgaba de la guantera, a un lado. Me puse los auriculares, activé el UHF. -Lima Víctor Doscientos Quince para BOL Control, cambio.- Pura rutina. Es que todo quedaba grabado. La voz del otro lado me contestó -Aquí BOL Control para Lima Víctor Doscientos Quince, te recibo, cambio.- -Entendido BOL Control, solicito estado de pista.- -Estado de pista normal Doscientos Quince, vientos de superficie a treinta kilómetros por hora, del norte. Cielo despejado, visibilidad normal. Tránsito liberado.- -Entendido BOL Control, solicito permiso de acceso a pista.- -Doscientos Quince, permiso de pista concedido.- -Entendido BOL Control, corriendo hacia pista.- Aumenté levemente las revoluciones del motor y liberé los frenos. Lentamente el paisaje a mi alrededor comenzó a moverse. La avioneta daba leves brincos en el terreno, bastante irregular. Llegué a la cabecera. -BOL Control, me encuentro en cabecera, solicito permiso de decolaje.- -Lima Víctor Doscientos Quince, permiso de decolaje concedido, adelante.- -Entendido.- Apliqué los frenos nuevamente. Aumenté las revoluciones aún más. Cedí el paso de la hélice, provocando que ésta girara aún más aprisa. Las vueltas aumentaron hasta casi el máximo. El rugido del motor era estremecedor. Doscientos treinta caballos de fuerza tirando hacia delante. Todo vibraba alrededor, otra vez esa sensación hermosa, de un acontecimiento increíble que está por venir.
La palanca de mandos se recostaba en mis manos. La aeronave vibraba. Tiré de la palanca bajo el tablero, bajando los flaps hasta veinte grados. Abrí la boca de ventilación del motor, y di una nueva recorrida a los instrumentos. Todo normal. Miré hacia la garita. Levanté mi dedo pulgar en un gesto de conformidad, recibiendo la misma y lejana respuesta. Luego saludé con la mano. -Buen vuelo.- me dijo. Sonreí. Moví mis pies a un lado, y liberé los frenos. Un sacudón me colocó sobre el asfalto de la pista. Comenzamos a movernos -mi nave y yo- sobre la tira oscura. Al principio lentamente, pero cada vez más deprisa. veinte kilómetros por hora, veinticinco, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta. Bajé un poco la palanca de mando. Quería mantenerme un poco más en tierra. Setenta. El ave pugnaba por alzar el vuelo. Ochenta. Aflojé la presión sobre la palanca, y volé.
Y para quien sea que le haga sentir algo.
El viento golpeaba fuerte en la cara al mirar hacia el norte. El sol lo acompañaba. Una hermosa mañana de primavera que prometía un buen día. El césped mojado por el rocío se sentía blando al caminar. Un poco a la izquierda estaban los pinos. Pinos muy altos, protegiendo un jardín del eventual polvo que golpearía del norte. Más allá de los pinos las montañas con un poco de nieve en la cima revelaban el frío que podía sentirse a esas alturas. Muy pronto podría comprobarlo. Me dirigí hacia ella. Ella. Un ave del mejor acero, blanca con algunos trazos azules. Un rayo que cegaba. El bruñido metal brillaba aquí y allá, donde el sol reflejaba su alegría de mañana. Me acerqué lentamente, rodeándola por el frente. Las grandes palas de la hélice, de más de dos metros de diámetro, aun mostraban el rastro de algún insecto. Tomando una de las palas con las manos, giré lentamente la hélice hacia un lado; estaba firme, como debía ser. Comprobé el cierre del carenado del motor; ya había tenido una experiencia poco amena, al soltarse éste en pleno vuelo. Una boca negra bajo la nariz, a un lado, revelaba el lugar por donde exhalaban los pulmones de la bestia. En rededor de esta salida la pintura se encontraba bastante ennegrecida. Debería lijarla y aplicar unas nuevas capas. Continué girando, admirando toda la belleza artificial. Agachándome, trate de quitar el taco de madera que servía de rudimentario freno de pista; no contaba con todo lo necesario, por lo que debía improvisar algunas cosas. Tuve que hacer bastante fuerza para quitarlo. Por alguna razón se había trabado contra la rueda delantera. Finalmente lo liberé y, caminando unos metros, lo coloqué lejos. Volví nuevamente hacia mi máquina. Agachando la cabeza, recorrí la parte inferior del ala. Realicé una inspección visual y táctil del tubo pitot y del sistema de iluminación. La luz de navegación izquierda tenía la tapa un poco floja. Fui hacia la cabina, y girando la perilla, abrí la puerta. Todo estaba como debía estar; en su sitio. Destrabando y deslizando el asiento hacia delante, saqué de la parte trasera la caja de herramientas. Elegí un destornillador adecuado y ajusté con él la tapa de la luz del ala. Se me cruzó por la cabeza cómo podría hacer para remachar acrílico. Terminé y coloqué todo nuevamente en su sitio. Seguí mi recorrida hacia la parte trasera, deslizando mi mano por el fuselaje. Las letras corrieron bajo mis dedos, un estarcido negro sobre fondo blanco reglamentario: Ele Ve Dos Uno Cinco. Completé la vuelta y todo estaba en orden. Me dirigí nuevamente a la cabina. Al lado de la portilla, una calcomanía rezaba: Cessna. Abrí y me senté en mi asiento. Hoy los otros tres estarían libres.
Coloqué la llave en el arranque, y agudizando el oído, giré lentamente mi mano. Clic. Luces del tablero encendidas. Clic. Un ruido estático. Las agujas e indicadores cobraron vida por todo el tablero. Instrumentos funcionando. Mi vista recorrió con una barrida todo rápidamente. Control de rutina. Clic. Un chasquido. Un ruido ahogado. La hélice dio unos tumbos, girando torpemente. Tras unas vueltas comenzó a girar más aprisa. El motor rugió y la hélice giró velozmente. De todos modos no alcanzaría su régimen de trabajo hasta pasados unos minutos. Nuevamente comprobé los instrumentos. Revoluciones normales. Temperatura algo baja, pero aumentando. Presión de aceite normal, flujo normal, tanques de combustible en estado normal, presión de los neumáticos normal, variómetro funcional, pitot funcional, altímetro funcional, horizonte artificial funcional, giróscopo funcional, brújula funcional, ADF funcional, VOR funcional, GPS funcional, VHF y UHF funcionales. Todo estaba correcto. Disminuí las revoluciones del motor. Luego las aumenté poco a poco, hasta alcanzar nuevamente el régimen de trabajo. Disminuí levemente el paso de la hélice: el rugido del motor aumentó y las revoluciones aumentaron en proporción. Mas leve el paso; las revoluciones alcanzaron su máximo. Podía sentir el tirón que el motor ejercía sobre las ruedas, firmemente ancladas por los frenos. Disminuí las revoluciones y el motor se tranquilizó, alcanzando nuevamente un régimen estándar.
Miré hacia la garita. Pude ver una silueta contra la ventana. Colocándome los auriculares y gesticulando con la mano, dije -Lindo día para despegar un poco los pies.- Una voz femenina me contestó riendo. -Si, ya te estaba haciendo falta, tus cejas estaban cansadas de estar fruncidas.- Rió. Yo reí también. Ella era muy buena amiga. Me había enseñado a pilotear y además, a volar. Una cosa es pilotear. Y otra es volar. Para volar se necesita felicidad y un alma libre. Además se puede volar también en sueños. Lentamente disminuí la velocidad del motor y bajé de la avioneta. El viento ahora era más fuerte; un viento artificial provocado por la tecnología. El pelo se me revoloteaba. Caminé hacia el galpón y la garita. Entré y tomé la campera que me era ofrecida. -Gracias.- dije. -Tomá- contestó. Me extendió un mate. Tomé un sorbo. Agarré una botella de jugo, me puse la campera y salí, dirigiéndome al galpón. Allí tomé un trapo -no se donde dejé el otro- y fui hacia la máquina.
Nuevamente tenía vida. Me subí y me senté cómodamente. La temperatura ya estaba estable. Abrí la ventilación del motor. Me abroché el cinturón y me persigné frente al rosario que colgaba de la guantera, a un lado. Me puse los auriculares, activé el UHF. -Lima Víctor Doscientos Quince para BOL Control, cambio.- Pura rutina. Es que todo quedaba grabado. La voz del otro lado me contestó -Aquí BOL Control para Lima Víctor Doscientos Quince, te recibo, cambio.- -Entendido BOL Control, solicito estado de pista.- -Estado de pista normal Doscientos Quince, vientos de superficie a treinta kilómetros por hora, del norte. Cielo despejado, visibilidad normal. Tránsito liberado.- -Entendido BOL Control, solicito permiso de acceso a pista.- -Doscientos Quince, permiso de pista concedido.- -Entendido BOL Control, corriendo hacia pista.- Aumenté levemente las revoluciones del motor y liberé los frenos. Lentamente el paisaje a mi alrededor comenzó a moverse. La avioneta daba leves brincos en el terreno, bastante irregular. Llegué a la cabecera. -BOL Control, me encuentro en cabecera, solicito permiso de decolaje.- -Lima Víctor Doscientos Quince, permiso de decolaje concedido, adelante.- -Entendido.- Apliqué los frenos nuevamente. Aumenté las revoluciones aún más. Cedí el paso de la hélice, provocando que ésta girara aún más aprisa. Las vueltas aumentaron hasta casi el máximo. El rugido del motor era estremecedor. Doscientos treinta caballos de fuerza tirando hacia delante. Todo vibraba alrededor, otra vez esa sensación hermosa, de un acontecimiento increíble que está por venir.
La palanca de mandos se recostaba en mis manos. La aeronave vibraba. Tiré de la palanca bajo el tablero, bajando los flaps hasta veinte grados. Abrí la boca de ventilación del motor, y di una nueva recorrida a los instrumentos. Todo normal. Miré hacia la garita. Levanté mi dedo pulgar en un gesto de conformidad, recibiendo la misma y lejana respuesta. Luego saludé con la mano. -Buen vuelo.- me dijo. Sonreí. Moví mis pies a un lado, y liberé los frenos. Un sacudón me colocó sobre el asfalto de la pista. Comenzamos a movernos -mi nave y yo- sobre la tira oscura. Al principio lentamente, pero cada vez más deprisa. veinte kilómetros por hora, veinticinco, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta. Bajé un poco la palanca de mando. Quería mantenerme un poco más en tierra. Setenta. El ave pugnaba por alzar el vuelo. Ochenta. Aflojé la presión sobre la palanca, y volé.
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