El contacto con la esfera verde era extraño, muy extraño. Primero no sintió nada, excepto ese curioso cosquilleo que recorrió primero su brazo derecho, y luego todo sue cuerpo. Una vez dentro de la esfera sintió como una especie de energÃa, le atravesaba por completo y llenaba cada centÃmetro de su ser, cada célula de su organismo y cada espacio de energÃa, voluntad y magia que remanecÃa en él.
Quizás lo primero que sintió (o creyó sentir) era verse a si mismo espejado, sostenido en un vacÃo increÃblemente gigantesco y a la vez pequeño, todo teñido de aquella extraña tonalidad esmeralda. Su báculo, sus pertenencias se disolvieron en aquello que no podÃa definir con sus sentidos: se veÃa como niebla o humo, se tocaba como si fuese seda y se olÃa como si fuese piel, piel completamente viva. Sus ropas tambien desaparecieron en aquel miasma verdoso que todo lo absorvÃa y devoraba, y apenas tuvo tiempo de disparar la sinápsis y pensar que dejarÃa de existir devorado por alguna clase de creación o sistema de defensa propio que sus creadores le dieran al Núcleo como último recurso defensivo.
Cerrando los ojos, se dejó penetrar por aquella nube de vapor verduzco, y poco a poco su voluntad desapareció y su mente se puso en blanco...
Todo permanecÃa en silencio ahora, y no habÃa nada observable ni que diese el menor signo de vida: inclusive no detectaba su conciencia, su ser aún existente dentro de esa locura.
Poco a poco, algo le fue sacudiendo, lo fue estimulando y estremeciendo (si es que tal término podÃa aplicarse en esa clase de situación). Al principio no supo identificar que era con exactitud, hasta que un recuerdo o una analogÃa, como lejano recuerdo de lo que habÃa sido su existencia, le sacudió.
Lo que le hacÃa vibrar y lo que él hacÃa vibrar con unas pausas aletargadas, no eran otra cosa sino latidos.
Latidos de aquel ente colosal, aquella cosa que lo habÃa tomado y lo habÃa absorvido, aquel ser que los mortales apodaban simplemente Núcleo. Latidos que quizás demostraban vida, quizás demostraban eternidad, quizás eran solo sonidos (y no tan sonidos) que le hacÃan latir, como si siendo sangre fluyera por arterias gigantescas, lenta, pausada y fluidamente.
Se dejó llevar por los estÃmulos y, poco a poco, fue vislumbrandose y vislumbrando su primer visión.
Quizás lo primero que sintió (o creyó sentir) era verse a si mismo espejado, sostenido en un vacÃo increÃblemente gigantesco y a la vez pequeño, todo teñido de aquella extraña tonalidad esmeralda. Su báculo, sus pertenencias se disolvieron en aquello que no podÃa definir con sus sentidos: se veÃa como niebla o humo, se tocaba como si fuese seda y se olÃa como si fuese piel, piel completamente viva. Sus ropas tambien desaparecieron en aquel miasma verdoso que todo lo absorvÃa y devoraba, y apenas tuvo tiempo de disparar la sinápsis y pensar que dejarÃa de existir devorado por alguna clase de creación o sistema de defensa propio que sus creadores le dieran al Núcleo como último recurso defensivo.
Cerrando los ojos, se dejó penetrar por aquella nube de vapor verduzco, y poco a poco su voluntad desapareció y su mente se puso en blanco...
Todo permanecÃa en silencio ahora, y no habÃa nada observable ni que diese el menor signo de vida: inclusive no detectaba su conciencia, su ser aún existente dentro de esa locura.
Poco a poco, algo le fue sacudiendo, lo fue estimulando y estremeciendo (si es que tal término podÃa aplicarse en esa clase de situación). Al principio no supo identificar que era con exactitud, hasta que un recuerdo o una analogÃa, como lejano recuerdo de lo que habÃa sido su existencia, le sacudió.
Lo que le hacÃa vibrar y lo que él hacÃa vibrar con unas pausas aletargadas, no eran otra cosa sino latidos.
Latidos de aquel ente colosal, aquella cosa que lo habÃa tomado y lo habÃa absorvido, aquel ser que los mortales apodaban simplemente Núcleo. Latidos que quizás demostraban vida, quizás demostraban eternidad, quizás eran solo sonidos (y no tan sonidos) que le hacÃan latir, como si siendo sangre fluyera por arterias gigantescas, lenta, pausada y fluidamente.
Se dejó llevar por los estÃmulos y, poco a poco, fue vislumbrandose y vislumbrando su primer visión.
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