y mas para leer
Mientras el mestizo se encontraba una vez más postrado en la cama por su anterior intento de caminar, ella se acerco con una mezcla entre cautela e indecisión, poso su cuerpo en un costado de la cama, llevo su mano derecha sobre su flequillo, lo tiro hacia atrás y mientras miraba a Hell dijo con mucha dulzura en sus pequeños labios: “Por favor no te esfuerces demasiado… La llegara el momento en que puedas caminar y ser útil nuevamente… Cuando eso pase seré la mujer más feliz de este mundo”. El mestizo al escuchar aquella conmovedora frase no pudo hacer más que un silencio, ya que una horda de sentimientos habían tomado por unos largos instantes su corazón y así también su habla. Todo esto al mismo tiempo que pensaba: “Como puede ser que una vez más eh encontrado paz en el pasar más oscuro de mi vida…. ¿Acaso tus oraciones están surtiendo efecto?… ¿Acaso tu siempre estuviste orando por mi paz cuando más difícil se tornaba mi vida?…”. Cualquiera podría decir que con esos pensamientos era imposible que una persona por mas mestizo, maldito o desdichado sea hubiese perdido cualquier creencia, pero esos pensamientos no duraban mucho en la mente de Hellmetalero, siempre que llegaba a ese punto automáticamente sobreponía la esperanza con el instinto de supervivencia que ya tanto había entrenado con sus pasados dolores y como siempre sucedía en esos momentos en un principio sus ojos se llenaban de una intensa luz, una que podría iluminar hasta los rincones más oscuros del mundo y era una luz que Lucile pudo observar con detenimiento, pero esa luz era tan fugaz que cualquiera que quisiese verla debería estar muy atento, tanto como para seguir cada segundo de la vida del mestizo mirándolo directamente a los ojos. Ya que esa luz se esfumaba y sus ojos volvían a tomar aquel color verde grisáceo tan mortificante que hace a cualquiera sentir que está observando como un hermoso verde pastizal se pudre lentamente, y Lucile no fue la excepción a esta regla. Ella pudo ver con determinación como aquel hermoso pastizal lentamente se iba deteriorando hasta ser un lugar totalmente muerto y desolador. Tal imagen no pudo traerle más que un gran dolor en el pecho, como si su corazón se desgarrase de una forma nunca antes vista al ver que algo tan exquisito se eche a perder sin poder hacer nada para evitarlo. Parecía como una parábola del destino, todos aquellos que pudieron sentir ese efecto en la mirada de Hell no hacían más que mirar en su pasado, en todas aquellas veces que él no pudo hacer más que ver como todo se marchitaba y el quedaba totalmente inmóvil sin poder hacer nada para poder parar tal penoso destino. Pero este sentimiento que el transfería a los demás era muy sutil y no necesariamente desvelaba todos los secretos del mestizo, pero si te abría las puertas al más penoso de los infiernos, el cual te daba a entender que aquella persona no habría pasado ninguna situación grata y podría ser el ser que allá sufrido más en todo el entero continente. Con aquel terrible dolor en el pecho y aquella aterradora visión ella no pudo hacer más que actuar inconscientemente y desplomarse sobre el cuerpo del mestizo, el cual seguía tendido en aquella cama. El pudo saber que algo habría captado de aquella parábola al ver como una estela de lagrimas caía en el recorrido que tomo el cuerpo de Lucile llegar hasta su pecho y como la situación lo ameritaba él con la mas cálida de las voces dijo: “Pudiste darte cuenta…”, mientras sus brazos llegaban a la espalda de ella y continuaba: “No podría decirte con exactitud en este momento todo lo que eh vivido y todas mis verdades pero…”, al mismo tiempo que los cerraba para generar un cálido abrazo: “No es porque no confié en vos… Sino que es demasiado doloroso como para revelarlo completamente”. Ella trataba de secar sus lagrimas con el pecho desnudo del mestizo mientras contestaba: “Lo sé pero estaré esperando al día que si puedas contarme todo…”, mientras que se recomponía y lo miraba con un rostro más alegre, pese a las lagrimas que no dejaban de caer. Era este tipo de momentos que a Hell le resultaban más dolorosos, aquellos en los cuales el transmitía todo su dolor a alguien más, alguien que no pudiera hacer nada para poder remediar la situación.
Así fue como trascurrieron unas semanas más, entre la quietud, el silencio y el vacio que solían traer la inmensidad de la naturaleza en aquella cabaña. Se podría decir que era abundante en distintos aspectos pero carente de algunos otros. Era como si el lugar contuviese una inmensidad de vida y al mismo tiempo no. Hasta que una de aquellas mañanas Lucile quien se encontraba compartiendo la cama que Hell usaba pudo darse cuenta que aquel hombre no estaba a su lado, eso lleno sus ojos de una inmensa desesperación. Llevándole a pensar las cosas más descabelladas, como un abandono repentino, lo cual sería algo muy común en la naturaleza del mestizo y millones de escenas diversas y ricas en misterio, miseria y sufrimiento. Pero para su sorpresa aquel hombre se encontraba con su deslumbrante armadura azul calzada y sus duales ya nuevamente en su cintura, como aquella vez que lo habría encontrado, con la diferencia que esta vez el mismo rebosaba en vida y la admiraba desde el pie de la cama con una sonrisa pocas veces vista en Hell. Sus ojos cambiaron totalmente y se llenaron de energía al verlo ahí parado, pero la timidez le gano de mano y con las sabanas cubrió su frágil cuerpo al mismo tiempo que preguntaba: “¿Qué haces allí parado?”.
LA LUZ DE LA LUNA Y LA FALTA DE INOCENCIA (Parte 3)
Mientras el mestizo se encontraba una vez más postrado en la cama por su anterior intento de caminar, ella se acerco con una mezcla entre cautela e indecisión, poso su cuerpo en un costado de la cama, llevo su mano derecha sobre su flequillo, lo tiro hacia atrás y mientras miraba a Hell dijo con mucha dulzura en sus pequeños labios: “Por favor no te esfuerces demasiado… La llegara el momento en que puedas caminar y ser útil nuevamente… Cuando eso pase seré la mujer más feliz de este mundo”. El mestizo al escuchar aquella conmovedora frase no pudo hacer más que un silencio, ya que una horda de sentimientos habían tomado por unos largos instantes su corazón y así también su habla. Todo esto al mismo tiempo que pensaba: “Como puede ser que una vez más eh encontrado paz en el pasar más oscuro de mi vida…. ¿Acaso tus oraciones están surtiendo efecto?… ¿Acaso tu siempre estuviste orando por mi paz cuando más difícil se tornaba mi vida?…”. Cualquiera podría decir que con esos pensamientos era imposible que una persona por mas mestizo, maldito o desdichado sea hubiese perdido cualquier creencia, pero esos pensamientos no duraban mucho en la mente de Hellmetalero, siempre que llegaba a ese punto automáticamente sobreponía la esperanza con el instinto de supervivencia que ya tanto había entrenado con sus pasados dolores y como siempre sucedía en esos momentos en un principio sus ojos se llenaban de una intensa luz, una que podría iluminar hasta los rincones más oscuros del mundo y era una luz que Lucile pudo observar con detenimiento, pero esa luz era tan fugaz que cualquiera que quisiese verla debería estar muy atento, tanto como para seguir cada segundo de la vida del mestizo mirándolo directamente a los ojos. Ya que esa luz se esfumaba y sus ojos volvían a tomar aquel color verde grisáceo tan mortificante que hace a cualquiera sentir que está observando como un hermoso verde pastizal se pudre lentamente, y Lucile no fue la excepción a esta regla. Ella pudo ver con determinación como aquel hermoso pastizal lentamente se iba deteriorando hasta ser un lugar totalmente muerto y desolador. Tal imagen no pudo traerle más que un gran dolor en el pecho, como si su corazón se desgarrase de una forma nunca antes vista al ver que algo tan exquisito se eche a perder sin poder hacer nada para evitarlo. Parecía como una parábola del destino, todos aquellos que pudieron sentir ese efecto en la mirada de Hell no hacían más que mirar en su pasado, en todas aquellas veces que él no pudo hacer más que ver como todo se marchitaba y el quedaba totalmente inmóvil sin poder hacer nada para poder parar tal penoso destino. Pero este sentimiento que el transfería a los demás era muy sutil y no necesariamente desvelaba todos los secretos del mestizo, pero si te abría las puertas al más penoso de los infiernos, el cual te daba a entender que aquella persona no habría pasado ninguna situación grata y podría ser el ser que allá sufrido más en todo el entero continente. Con aquel terrible dolor en el pecho y aquella aterradora visión ella no pudo hacer más que actuar inconscientemente y desplomarse sobre el cuerpo del mestizo, el cual seguía tendido en aquella cama. El pudo saber que algo habría captado de aquella parábola al ver como una estela de lagrimas caía en el recorrido que tomo el cuerpo de Lucile llegar hasta su pecho y como la situación lo ameritaba él con la mas cálida de las voces dijo: “Pudiste darte cuenta…”, mientras sus brazos llegaban a la espalda de ella y continuaba: “No podría decirte con exactitud en este momento todo lo que eh vivido y todas mis verdades pero…”, al mismo tiempo que los cerraba para generar un cálido abrazo: “No es porque no confié en vos… Sino que es demasiado doloroso como para revelarlo completamente”. Ella trataba de secar sus lagrimas con el pecho desnudo del mestizo mientras contestaba: “Lo sé pero estaré esperando al día que si puedas contarme todo…”, mientras que se recomponía y lo miraba con un rostro más alegre, pese a las lagrimas que no dejaban de caer. Era este tipo de momentos que a Hell le resultaban más dolorosos, aquellos en los cuales el transmitía todo su dolor a alguien más, alguien que no pudiera hacer nada para poder remediar la situación.
Así fue como trascurrieron unas semanas más, entre la quietud, el silencio y el vacio que solían traer la inmensidad de la naturaleza en aquella cabaña. Se podría decir que era abundante en distintos aspectos pero carente de algunos otros. Era como si el lugar contuviese una inmensidad de vida y al mismo tiempo no. Hasta que una de aquellas mañanas Lucile quien se encontraba compartiendo la cama que Hell usaba pudo darse cuenta que aquel hombre no estaba a su lado, eso lleno sus ojos de una inmensa desesperación. Llevándole a pensar las cosas más descabelladas, como un abandono repentino, lo cual sería algo muy común en la naturaleza del mestizo y millones de escenas diversas y ricas en misterio, miseria y sufrimiento. Pero para su sorpresa aquel hombre se encontraba con su deslumbrante armadura azul calzada y sus duales ya nuevamente en su cintura, como aquella vez que lo habría encontrado, con la diferencia que esta vez el mismo rebosaba en vida y la admiraba desde el pie de la cama con una sonrisa pocas veces vista en Hell. Sus ojos cambiaron totalmente y se llenaron de energía al verlo ahí parado, pero la timidez le gano de mano y con las sabanas cubrió su frágil cuerpo al mismo tiempo que preguntaba: “¿Qué haces allí parado?”.
Comment