Los Ojos de la Inocencia Capitulo VI Parte II
- Todo – Contestó, provocando otro pequeño punzamiento en el corazón de Sarath. – No sabría como describírtelo con palabras, pues lo que siento por ella sólo un gran poeta lleno de inspiración podría describirlo – Suspiró mientras se apoyaba contra la puerta de su celda, dándole la espalda.
- Entonces debe ser muy especial para haberte levantado contra los tuyos y tu propia familia. Ignoro lo especial que puede ser, pero si tu crees que lo es, entonces no dudaré de ello. Aunque tu sabes, que por mucho amor que le profeses y lo increíble y maravillosa que pueda ser ella a tus ojos, la única posibilidad de que salgas de este lugar es la de olvidarte de ella para siempre. Hacer como que si lo ocurrido, sea una simple historia sentimental, sin desembocar en algo mucho más profundo e importante,. Sólo así, quizás tu padre te perdone y te libere de este encierro.
- Ya se lo dije a él, y ahora te lo digo a ti, jamás dejaré de pensar en ella. Si he de estar encerrado aquí hasta que eso ocurra, entonces moriré en este lugar sin tener ningún remordimiento por ello.
- Piénsatelo por favor. Esto no es fácil para mí ni para tu padre…
- ¿Mi padre? Te recuerdo que aunque parezca imposible, fue él el que me condenó a permanecer en esta gruta por todo lo que hice. Ya no es nada para mí, ni mi rey y mucho menos mi padre. Si no puede admitir mi relación con Aisha, entonces yo tampoco aseguraré ser su hijo. – Señaló Driangor con voz firme y decidida. Parecía que todo aquello que había pronunciado lo decía desde lo más profundo de su ser, pero no era verdad. Sarath no podía verlo, pero mientras iba diciendo todas aquellas cosas, en su rostro podía apreciarse una gran tristeza.
Sentía un gran respeto por “rey Dragón”. Siempre le había amado como un hijo quiere a su padre. Había creído que él sería el único que comprendería y entendería su relación, que le defendería de todas las posibles acusaciones que pesarían sobre él, pero todo eso parecía haber sido sólo las ilusiones de un pobre loco, pues la realidad fue totalmente lo contrario a sus expectativas. Sólo obtuvo incomprensión, odio y dolor. Fue muy duro para él ver como la persona a la que más admiraba, se oponía a todo lo sucedido.
Había pensado que le odiaba, que no sentía por él ningún aprecio. Pero en su corazón, lo único que de verdad había era dolor.
- Fue él quien me pidió que viniera aquí para intentar conseguir que abrieras los ojos. Él siente todo lo que hizo, pero tenía las manos atadas por su cargo. Rompiste demasiadas reglas, no podía dejar que todo lo sucedido quedase en sólo un sermón o una pequeña discusión. Tenía que dar ejemplo, incluso si se trataba de su propio hijo. Espero que entiendas su postura.
- Dices que he roto reglas, cuando tu misma te presentas ante mí bajo una apariencia humana, ¿no te parece irónico? – Preguntó reincorporándose un poco y mirándola de reojo con gesto serio.
- Sólo lo hice para que no te sintieras incomodo. Pensé que en esta forma, sentirías más seguridad y entonces podrías escucharme más claramente.
- Te agradezco el detalle, pero si todo lo que tienes que decirme son tonterías para hacerme cambiar de opinión, entonces por favor vete.
La joven de cabellos negros se quedó un momento sin decir nada, esperando que él le dijera algo más, pero no obtuvo nada, indicando que aquella conversación había terminado. Se levantó y sin pronunciar ninguna frase de despedida, se alejó rápidamente.
Al llegar a la salida, la luz del sol iluminó una cara totalmente sumida en las lágrimas y la desesperación. Alzó la vista al cielo y en él empezó a ver pequeñas imágenes de las veces que estuvieron los dos juntos.
Todos momentos felices, y ninguno triste. Y aunque entre ellos hubo situaciones de gran afecto y cariño. Sólo una es la que recuerda como si hubiese sucedido el mismo día.
Aquella vez estaban sentados en una gran pradera tan extensa que parecía un gran mar verde en donde la vista era incapaz de ver el final. Era un lugar donde la tranquilidad era absoluta y su belleza no podía expresarse con sólo las palabras. El río que pasaba cerca, de aguas tan claras y brillantes como el más precioso de los diamantes, no sólo sonaba como una melodía interpretada por el más brillante de los compositores, sino que además, cuando los rayos del sol eran reflejados por la superficie cristalina, daba la impresión de que las todas las estrellas del cielo habían bajado y se encontraban navegando por aquellas corrientes.
Les gustaba ir allí, pues gracias al ambiente que en él reinaba, se podía pensar con claridad y disfrutar de un paisaje tan hermoso como el mismo cielo del que tanto se comentaba en los textos religiosos de los humanos.
Por eso era el lugar favorito de Sarath, en él, ella siempre hallaba un remanso de paz. Sentía muchas más sensaciones, y notaba como formaba parte de la misma naturaleza del paisaje. Pero sobretodo, si en aquel pintoresco paraíso estaba también Driangor, la felicidad era absoluta.
Recordaba cada vez que habían estado juntos viendo aquella maravilla natural. Fueron muchas veces, pero en ninguna tuvo el valor de decirle lo que sentía por él. Cada vez que lo intentaba, notaba como un nudo se le formaba en la garganta impidiéndole sincerarse. Pero no le importaba, ya que jamás se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que todo aquello pudiera llegar a cambiar algún día. Era un creencia infantil, lo sabía, pero cuando estas con la persona a la que más amas en este mundo, sólo piensas en vivir una vida eterna junto a ella sin que importe nada más, salvo esa vez…
La imagen no era tan distinta como las demás veces que ambos habían ido a pasar un tiempo allí, pero Sarath había decidido que ese día, en aquel mismo lugar, aprovechando la cierta magia que parecía inundarlo todo, le diría todo lo que sentía por él, sin importarle lo que le contestase.
Los dos estaban juntos observando el fluir del río, impregnado por los innumerables destellos de luz que los rayos del sol producían al tocar el agua. No se oía nada salvo el movimiento de la hierba que era acariciada por el viento. Un sonido celestial que aunque era percibido por las dos criaturas, sólo Driangor disfrutaba de él. Sarath no podía apreciar aquello, notaba como su corazón se aceleraba con cada mirada fugaz al joven dragón y sólo escuchaba sus fuertes latidos.
Apoyó su cabeza contra el cuello de éste notando su gran calidez.
- Ojala este momento fuera eterno.
Él la miró con gesto extrañado y acariciando su mejilla con el hocico, le preguntó:
- ¿Por qué dices eso?
- Tengo miedo de que algún día todo esto sea sólo un viejo recuerdo y de que no volvamos a disfrutar de un día como éste.
- No tienes por que tener miedo a ese momento. Jamás te abandonaré, ni permitiré que estés triste. Siempre estaré junto a ti.
- ¿Lo prometes?
- Sí
- Entonces yo también te prometo permanecer a tu lado siempre pase lo que pase - Añadió Sarath acurrucándose más junto a Driangor.
“Te prometo permanecer a tu lado siempre pase lo que pase”, susurró mientas se alejaba lentamente de la gruta. La recitó unas cuantas veces más en su interior como intentando encontrar un significado diferente al que intentaba ocultar, su traición.
Se detuvo y girándose hacía donde había estado antes, intentó visualizar a Driangor sumido en la oscuridad manteniendo su firme postura y determinación. Él se encontraba prisionero de sus propios ideales y ella, en vez de apoyarle y ayudarle tal como había prometido, se había opuesto a él. Le había increpado su actuación e intentó destruir el amor que existía entre él y Aisha, sin contar con que ahora había querido forzarle a negar sus sentimientos para conseguir su liberación. Analizó el comportamiento que había tenido con él desde que se enteró de su relación, cada palabra, mirada y acción, descubriendo que durante todo ese tiempo, sólo había actuando por puro egoísmo faltando a la promesa que le hizo aquel día, despertando en ella una sensación de vacío, igual que si le hubiesen arrancado el alma.
Intentó dar un paso más hacia delante, pero después de todo lo que recordó, su cuerpo se negaba a poner más distancia entre ella y su deber. No podía negar la evidencia, ni escapar a su verdadera responsabilidad. Un rato más estuvo debatiendo internamente sobre que hacer cuando una gran sombra empezó a aparecer en el suelo donde ella se encontraba.
Elevó sus ojos al cielo y descubrió como la figura de Gargant descendía rápidamente hasta su posición. Su movimiento fue veloz y preciso, aterrizando con gran majestuosidad en el suelo.
No importaba el número de veces que lo viera, siempre le impresionaba su imagen y presencia. El dragón negro replegó las alas y se le acercó con paso firme.
- ¿Qué hacéis aquí Sarath? – Preguntó con un tono frío y acusador.
Fin Parte II
p.D: Gracias por todos vuestros animos
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